"Esas sensaciones grandes y pequeñas, de las grandes y pequeñas cosas, esas sensaciones de dulzura y no dulzura..."
No se puede consentir,
una colilla abandonada,
húmeda,
tan usada,
habiendo pasado por boca de viejos verdes,
de señoras de labios demasiado rojos y canas en violeta,
de jóvenes borrachos a punto de vómito,
y niños que recogen del suelo aquello que ven,
sólo por aparentar,
una colilla desencajada,
a medio deshacer,
demasiados labios,
demasiadas bocas,
lenguas que se relamieron sobre ese papel ocre,
lenguas de sabores amargos,
dulces hasta el asco,
lenguas ásperas y desiguales,
suaves como la seda,
de labios finos y amargados,
de los que miran hacia el suelo,
de labios gruesos,
generosos y fundidos en un beso o dos,
no se puede consentir,
una colilla a la deriva del tiempo,
navegando un charco cualquiera,
esperando un rescate que no llega,
unos dedos que la vuelvan a sujetar,
tan dejada,
tirada y mil veces sucia,
esperando el siguiente chaparrón,
el que le haga saltar a otro charco aún más profundo,
que si el rescate no llega al menos pueda hundirse,
quedar ahogada y fundida en agua y barro,
sin importar las botas de tacón de aguja sobre ella,
sin importarle los naúticos de los veraneantes,
ni los tenis de esos que quieren seguir siendo jóvenes a sus cincuenta,
sin importarle dejar trocitos en el asfalto,
con todo por hacer y nada hecho,
que sabe que es mejor que quedar siempre a la espera del rescate,
morir poco a poco,
entre recuerdos de todos esos dedos amarillos,
olor a tabaco y perfume,
vacío de tabaco,
que se lleve el tiempo su tiempo.
antonioaa
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